A cada niño se le proponía el siguiente reto: debía permanecer sentado en una habitación frente a una gominola. Si era capaz de resistir sin comérsela hasta que el profesor volviese quince minutos después, sería recompensado con otra gominola. Más de la mitad de los niños acabaron comiéndose la gominola en menos de 3 minutos y sólo el 30% superó la prueba.
El experimento reveló su importancia muchos años después. Mischel siguió la vida de los niños durante dos décadas y descubrió que quienes habían sucumbido más rápido al test eran aquellos que presentarían más problemas emocionales en el futuro. A esos chicos les costaba mantener la atención, manejaban peor las situaciones de estrés y tenían más problemas gestionando sus relaciones de amistad.
Quince años más tarde, los chicos que habían aguantado sin comerse la gominola obtuvieron 200 puntos más de media en el SAT, el test estándar que se utiliza para la admisión en las universidades norteamericanas.
No os perdaís el vídeo al final de esta entrada. Los rostros de esos niños frente a la gominola son quizá la metáfora más divertida y precisa sobre los rasgos de la voluntad humana.
Nota: aquí podéis leer el estudio original.
Fuente (Principia Marsupia)