Esta mañana me he levantado pensando en una palabra que considero muy especial: heartfulness. La conocí por medio de un amigo, y aunque no logró convencerme del todo en aquel momento creo que finalmente lo ha conseguido, tal vez por pura maduración y digestión de una idea para la que yo probablemente no estaba aún preparado del todo. Ocurre a menudo, se necesita un tiempo para digerir lo nuevo, cada uno parecemos tener nuestro propio ritmo de asimilación.
En este foro venimos hablando habitualmente de "mindfulness" y de cuestiones en mayor o menor medida relacionadas con esta disciplina. Sin embargo creo que esta palabra, ya emblemática, además de representar un modo de actuar concreto también inspira una nueva forma de vida, en cierta medida más comprometida y solidaria. Por eso, la raíz de la palabra ("mind") chirría un poco en mis oídos. Probablemente se trate de una manía mía. Pero al mismo tiempo, cuanto más lo medito más me inclino a pensar que probablemente no haya sido muy acertado utilizar la palabra "mente" para designar un modo de vida en el que primordialmente se promueve el actuar desde el corazón.
Recientemente ha caído en mis manos un libro extraordinario. En el se describe el funcionamiento del corazón y se introduce la idea de una energía universal asociada a este órgano. De este modo el corazón no se limitaría a ser solamente una extraordinaria bomba de doble cámara sino que pasaría a representar el centro neurálgico gestor de nuestra existencia. Tanto energéticamente, generando un campo magnético cinco mil veces más potente que el genera el cerebro, como funcionalmente: almacenando en sus células nuestras más íntimas tendencias y actitudes ante la vida y todo lo que ella representa.
No planteo el creerse a pies juntillas lo que predica este libro, pero si pienso que su lectura puede sumirnos en una profunda reflexión acerca de nuestra verdadera naturaleza. Nuestra razón de ser probablemente no esté tan vinculada al cerebro como actualmente se predica.
Realmente vivimos en una época en la que este órgano esta siendo idolatrado en gran medida como único responsable de nuestras experiencias. La moderna neurociencia parece en muchas ocasiones empeñada en encontrar los mecanismos cerebrales que hacen que nos sintamos de una manera determinada. Una vez descubiertos estos mecanismos se deduce una relación de causalidad directa entre ambos elementos. Pongamos, por ejemplo, que se observa que una región determinada del cerebro se activa cuando una persona siente alegría. De este hecho podría deducirse que esa alegría se produce gracias a la activación de esas áreas concretas del cerebro. En raras ocasiones se plantea otra posibilidad, sin embargo existen otras posibles interpretaciones.
Una explicación alternativa de esta causalidad nos viene dada al considerar el concepto de correlación. La correlación implica ocurrencia simultanea pero no causalidad. En este ejemplo, bajo una perspectiva de correlación, podríamos decir que cuando sentimos alegría se activan ciertas áreas cerebrales y punto Según este punto de vista la ocurrencia conjunta no implica que uno de los dos fenómenos haya sido originado por el otro.
Rizando aún más el rizo podríamos incluso afirmar que el estar alegre es lo que produce que ciertas áreas del cerebro se activen. La verdad es que en muchísimas ocasiones no hay modo alguno de saberlo: ¿estamos alegres porque se activan ciertas áreas del cerebro o el hecho de estar alegres es lo que origina que esto ocurra?
Marino Pérez hace una estupenda disertación relacionada con todo esto en su libro "El mito del cerebro creador". Como el bien afirma, nos encontramos en un periodo histórico de cerebro centrismo desmedido.
Esto me hace retomar mi reflexión inicial acerca del vocablo mindfulness. Creo que tal vez deberíamos utilizar otro vocablo distinto que haga referencia al corazón, quizás algo más cercano a nuestra experiencia, más mundano y menos teórico. Lo que es cierto es que el corazón continua siendo un gran misterio aún por desvelar.