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No existe trastorno de déficit de atención, solo niños aburridos

 
La autora de rEDUvolution (Paidós) afirma durante la entrevista que «no existe Trastorno de Déficit de Atención, solo niños aburridos en clase», a sabiendas de que ha entrado en terreno cuanto menos, espinoso. A la directora de la Escuela de Educación Disruptiva (EED) de la Fundación Telefónica no le importa la controversia que generará el titular, porque está absolutamente convencida de ello. A su juicio, «medicar con anfetaminas a niños de dos años para que se concentren es, sencillamente, una barbaridad». «¿No sería mejor pensar en cambiar la educación que reciben?», se pregunta en alto esta docente. «Resulta ya un lugar común hablar de la obsolescencia del sistema educativo actual y de la apremiante necesidad de realizar un cambio tanto de contenidos como de metodología, de romper el pasado pero... ¿cómo hacerlo?».
 
—En rEDUvolution, su último y provocador libro, propone realizar un cambio de paradigma. ¿Es que está mal?
 
—No es que esté mal, es que no sirve. Los niños van con sus Mp3, sus móviles 3G... y su flauta dulce. ¡Por favor! Ha cambiado todo, y sobre todo lo que tiene que ver con la gestión del conocimiento. Igual que un médico no puede operar sin anestesia, como en el siglo XIX, hoy no se puede aprender con una lección tradicional, donde lo único que se consigue es una educación bulímica, donde te atracas de información que vomitas el día del exámen y a los tres segundos cuando has salido por la puerta has olvidado todo. Ese es el paradigma al que te lleva una educación trandicional. Hay que ir hacia una educación experiencial, motivadora, activa... Mientras que en otras disciplinas está super aceptado que el inconsciente lo que hace es modificar todo el proceso de absorción de datos, en pedagogía no. A día de hoy parece que todos los alumnos tienen que entender la clase de la misma manera, coger los mismos apuntes y decirlo igual durante el examen. El primer paso para la rEDUvolution es admitir que esto no es así. Como profesores aceptaremos que nosotros enseñamos y que los alumnos aprenden otras cosas. Tu das una clase a veinte personas y cada uno va a elaborar según su propia biografía, su creatividad, sus conocimientos... un discurso diferente. Eso es el hecho educativo.
 
—¿Qué supone aceptar eso?

—Ya no tiene mucho sentido programar por objetivos, porque no se van a cumplir. Quizás sea mejor elaborar en lugar de pequeños objetivos grandes metas, abiertas y flexibles.
 
—Su rEDUvolution conlleva aceptar las pedagogías invisibles. ¿A qué se refiere?
 
—Aceptar que se aprende más de lo no es explícito que de lo que es explícito. Lo explícito es lo que el profesor dice, el libro de texto, el power point... pero luego hay montones de cosas desde la iluminación de la clase, cómo va vestido el profesor, o cómo está organizado el aula que nos está dando mucha más información que lo que nos está diciendo este. Todo lo referente a las pedagogías invisibles se obvia en la pedagogía tradicional y hay que recuperarlo.
 
—¿Cuál debe ser el papel del profesor en esta nueva pedagogía?
 
—Su papel debe entenderse como un productor cultural, como un artista. Debe saber coger conceptos y remixearlos, entendiendo como remixear el sistema de producción contemporánea. Eso no es copiar. Es relacionar. Y crear tu «playlist» de la clase.
 
—Usted propone empezar por cambiar la función del profesor, al que se refiere como «coacher».
 
—Sí, el profesor debería priorizar la agenda de tus alumnos por encima de todas las cosas, especialmente por encima del centro, del sistema educativo, de tu propia agenda. en la educación tradicional el profesor impone todo, los contenidos, las formas, las metodologías, y ahora creo que debería ser muy importante aprovechar los saberes de los alumnos e incorporarlos al revés. Qué le interesa al alumno por encima de qué le interesa al profesor. Nos referimos a las ocho inteligencias de Howard Gardner.
 
—Eso es una utopía, tanto si tienes cinco alumnos como si tienes diez, pero mucho más si tienes treinta.
 
—En cualquier caso, lo que sí que hacen los profesores es negar los intereses de los alumnos. No se trata tanto de hacer treinta clases distintas, si no de decir, voy a intentar ver qué es lo que les interesa a los alumnos y de incorporarlo al aula, en general. Si les interesa el fútbol, a lo mejor puedo incorporar este deporte como recurso para explicar las matemáticas. Enseñar videoarte a los adolescentes es muy difícil, pero si les enseñas videoarte a partir de videoclips es muy fácil. Creo que los niños, los adolescentes, tienen intereses, entonces, el profesor creativo es capaz de encontrar ese link.
 
—¿Por eso señala la creatividad del profesorado como cualidad indispensable?
 
—Siempre se habla de la creatividad del alumno, pero me parece fundamental la creatividad del profesor, pero por encima de sus competencias y de sus conocimientos, un profesor creativo va a llegar a todo y va a realizar unas unidades didácticas maravillosas. Se va a olvidar del libro de texto y va a crear unas experiencias increíbles.
 
—Debería cambiar su formación también.
 
—Sí, claro. El problema que yo veo en la pedagogía es que se lleva a cabo un proceso de reproducción en la formación del profesorado. Te pasas media vida quejándote de tus profesores pero cuando tú te conviertes en uno vuelves a hacer lo mismo. Un docente novel, supertemeroso, se mete en un aula de Secundaria con cuarenta adolescentes y no sabe qué hacer y se hace el duro, sin darse cuenta de que lo que tiene que hacer es lo contrario.
 
—¿Dónde queda la Ley de Autoridad del profesor, tan necesaria en algunos casos incluso de agresión al maestro por parte del estudiante?
 
—Pedagogía y poder... En una estructura de control... No sólo hay que parecer democrático sino que hay que serlo. Todos somos democráticos de boquilla. Luego llegamos al aula y somos autoritarios. Si estamos hablando de democracia, no puedes llegar y hacer un monólogo. O no puedes hablar de democracia y subirte a una tarima.
 
—¿Qué estrategias de cambio propone para acabar con éxito con estas rigideces?
 
—La primera de ellas es crear en clase una «comunidad», en lugar de la antagonía «profesor y estudiante», que además en este momento en que el estudiante tiene muchos conocimientos pro ejemplo de tecnología, ¿que vas a hacer? En la idea de la comunidad, entra el profesor como coacher, como acompañante, pero es que ni siquiera es un acompañante, los profesores y estudiantes como coachers unos de otros. Si tu tratas al alumno más como un igual, y le das más poder, sus problemas se reducen. Esos problemas aumentan cuanto más autoritario es el sistema. Si tu a un alumno le das responsabilidad, todo mejora. Si le obligas y le das disciplina solamente, al final surge el miedo. Hay que recuperar los afectos en el aula, son muy importantes.

Habitar el aula

—¿Qué es y cuál es la máxima del edupunk, al que usted hace referencia?
 
–Más que una metodología es un nombre, un paraguas donde se recogen todas las metodologías que no son la metodología tradicional. La máxima es que tu no puedes cambiar los contenidos sin cambiar la arquitectura pedagógica. No puedes abogar por una educación diferente mediante una lección magistral. No puedes dar una clase con un mobiliario industrial si quieres hacer una clase orgánica. Hay que revisar el formato y cambiarlo.
 
–También habla usted de habitar la clase.
 
–Claro, la pedagogía es mente, pero también es cuerpo. ¿Cómo se entiende el cuerpo en el acto pedagógico? Sentado (horas), sumiso... No es que haya niños con déficit de atención (TDA), lo que hay es niños aburridos. Es un problema superserio, cómo se está medicando de forma a lo bestia, con anfetaminas, a niños desde los dos años. Menos medicina y más Reduvolution. Es un problema terrible que vemos cada vez más, si se cambiara el sistema te aseguro que habría menos TDA. No hay que medicar a los niños, que simplemente se quieren mover, sino cambiar el sistema.
 
–¿Lo más próximo que tenemos a este sistema es la metodología por proyectos?
 
—Sí. Definitivamente sí, pero en España hay muy poca oferta en educación alternativa.
 
—¿Están justificadas para usted la huelga del profesorado del pasado jueves 24 y la manifestación del sábado?
 
—Lo que indican ambos actos es que la gente está pidiendo una rEDUvolution. Están pidiendo a gritos que el profesorado esté mejor pagado, bien considerado, bien formado... como en el modelo finlandés, donde la clave está en el profesor.
 
—Los profesores finlandeses también se lo ha ganado. Al parecer son los mejores de la promoción, y luego pasan evoluciones continuas.
 
—Es cierto, el profesor finlandés está muy bien formado, es la élite. Pero también está super reconocido socialmente. En cambio aquí la labor del profesor está desprestigiada, precarizada... El problema fundamental es la formación del profesor.
 
—¿Y cómo se soluciona eso?
 
—Cambiando el sistema. Nota de corte para pedagogía, igual que en una ingeniería.
 

Sinopsis de rEDUvolution

El cuerpo


Son de sobra conocidos los efectos del cuerpo en nuestra mente. Después de realizar algo de ejercicio nuestra mente tiende a apaciguarse y tranquilizarse, como el agua del lago cuando no hay viento. Si hemos dormido bien, por la mañana albergaremos buen humor y optimismo para abordar la nueva jornada. Después de ducharnos es como si hubiésemos enjuagado también el interior de nuestros cráneos, adquiriendo frescura y lucidez. El cuerpo es el vehículo de que disponemos para trasladarnos por el mundo, para ir de un lugar a otro,  para expresar nuestros deseos y para transmitir nuestros anhelos. El cuerpo es el vehículo de la comunicación y del contacto amoroso, su influencia en la mente es innegable. Pero algo menos conocido es el efecto de la mente sobre este.
El hombre posee unos extraordinarios mecanismos de defensa. Ante una amenaza este operativo se pone en marcha bombeando sangre a los músculos y dejando así descuidadas momentáneamente otras funciones con alta demanda energética como la digestión o el raciocinio. De este modo el hombre puede escapar, quedarse muy quieto a la expectativa o pelear duro por su vida. Hoy en día existen pocas amenazas reales que justifiquen tamaña movilización de recursos pero sin embargo el hombre sigue activando, ahora mas que nunca y de manera compulsiva y extenuante, todos estos efectivos de emergencia.
Ahora no es un la presencia de un tigre dispuesto a devorarnos lo que los provoca sino la figura de nuestro jefe. No hay tribus enemigas dispuestas a aniquilarnos para confiscar nuestra cueva pero si contrincantes obstinados dispuestos a cualquier cosa por ocupar nuestro puesto de trabajo u obtener una promoción. Los mecanismos de emergencia del cuerpo fueron ideados evolutivamente para hacer frente a los retos de supervivencia del ser humano. Hoy en día la supervivencia está asegurada pero a pesar de ello son otros los estímulos los que ahora activan esos mismos mecanismos ancestrales. Es lo que se conoce comúnmente como estrés.
El ser humano necesita un pequeño nivel de activación para funcionar de manera óptima, al igual que un motor de coche rinde más cuando ha adquirido algo de temperatura. Sin embargo, un nivel demasiado elevado de activación consume al individuo, lo despoja de toda su fuerza vital e incluso puede acabar con su vida si la exposición es intensa y continuada. He aquí la implicación de la mente en este proceso. De modo que tomarnos las cosas demasiado a pecho resulta tan pernicioso como minimizar lo que nos ocurre. Demasiado a menudo intentamos modular la intensidad de nuestras vivencias maquillándolas para adaptarlas a nuestro humor en ese momento. Pero la realidad no entiende de sucedáneos ni de trucos de chistera así que lo que  realmente hacemos es auto engañarnos, nuestra mente nos aísla del sufrimiento quitando hierro al asunto o salpimentado lo que nos ocurre. Llega un momento en que ese afán por no sufrir nos puede llevar a convertirnos en personas apáticas, ajenas a lo que sentimos y lo que las diferentes situaciones evocan en nosotros realmente. Hacer de un ratón un elefante es tan pernicioso como hacer de un elefante un ratón. Con frecuencia perdemos la justa medida de evaluar lo que nos ocurre y fruto de ello el cuerpo reacciona, el cuerpo siempre e inexorablemente reacciona a los contenidos particulares de nuestra mente. Minimizarlo todo puede agudizar nuestra sensibilidad y por tanto hacernos más vulnerables. Maximizarlo todo puede mermar nuestra sensibilidad para darnos cuenta de lo que nos hace daño de verdad. El cuerpo responde acorde a esas estrategias de nuestra mente: nos consumimos en un si vivir o nos marchitamos en la indiferencia.

La mente


Ateniéndonos a hechos evidentes podemos afirmar que la mente no es algo que pueda ser percibido por los sentidos. No puede verse, ni olerse, no emite sonidos ni tampoco se puede tocar pero sin embargo todos intuimos su presencia. La mente es un fenómeno que nos permite desenvolvernos por la vida con cierta soltura. Gracias a ella comprendemos el texto que estamos leyendo, se nos ocurren soluciones creativas a nuestros problemas cotidianos, recordamos la lista de la compra  o aprendemos las lecciones que nos va dando la vida.
 
La mente tampoco ocupa un lugar concreto en el espacio, está aquí y allá, en todas partes y en ningún sitio. Extraño, ¿no te parece? Pero lo que resulta quizás aún más sorprendente es que, a pesar de su aparente fugacidad, podemos percibirla con nitidez si nos lo proponemos, podemos sentirla, percatarnos de su presencia. En realidad nos acompaña a todas partes y en mucho se parece a nuestra sombra, aún que tal vez sea al revés, es decir, que nosotros mismos seamos la sombra de ella.
 
En cualquier caso, si nos lo proponemos, además de percibirla también podemos observarla, percibir sus contenidos, sus idas y venidas y sus numerosas elucubraciones, todas ellas ocupaciones que  a la mente le fascinan. Como un buen perro de caza,  la mente se extravía extasiada por la esencia de una presa o apenas el rastro efímero de algo apetitoso. Puede divagar durante horas, días, semanas, meses, años o incluso eternamente. Una mente así es como un caballo desbocado, como aquel que montaba un jinete al que le los curiosos preguntaron:  ¿a donde vas? Respondiendo este: pregúntale a mi caballo. De manera similar las personas tendemos a cabalgar sobre los caballos desbocados de nuestras mentes, esperando que nos lleven a alguna parte, sin saber muy bien donde ni para qué pero anhelando en nuestros corazones algo diferente a lo que tenemos, albergando la esperanza de una salvación utópica de la cual en realidad sabemos poco e ignoramos casi todo.
 
En esas precarias condiciones es normal que acabemos perdidos, desesperados, decepcionados, tristes y frustrados por no haber accedido a nuestro particular nirvana. Entonces hacen su aparición la pesadumbre, el desamparo, la resignación y el desaliento, hasta que el olfato de la mente descubra una nueva pista y se interne de nuevo en una nueva búsqueda tan afanada como estéril.
 
Este círculo parece repetirse como si de un vicio se tratase. El alcohólico o el drogadicto recurren reiteradamente a su droga, esta parece reconfortarles momentáneamente pero en realidad los hunde cada vez más en su desdicha.
Las emociones poco agradables les invaden entonces como huéspedes indeseados con la intención de quedarse a vivir indefinidamente, sabedores de que nunca les será requerido alquiler alguno por las molestias que desenfrenadamente causan.