Son de sobra conocidos los efectos del cuerpo en nuestra
mente. Después de realizar algo de ejercicio nuestra mente tiende a apaciguarse
y tranquilizarse, como el agua del lago cuando no hay viento. Si hemos dormido
bien, por la mañana albergaremos buen humor y optimismo para abordar la nueva
jornada. Después de ducharnos es como si hubiésemos enjuagado también el
interior de nuestros cráneos, adquiriendo frescura y lucidez. El cuerpo es el
vehículo de que disponemos para trasladarnos por el mundo, para ir de un lugar
a otro, para expresar nuestros deseos y
para transmitir nuestros anhelos. El cuerpo es el vehículo de la comunicación y
del contacto amoroso, su influencia en la mente es innegable. Pero algo menos
conocido es el efecto de la mente sobre este.
El hombre posee unos extraordinarios mecanismos de defensa.
Ante una amenaza este operativo se pone en marcha bombeando sangre a los
músculos y dejando así descuidadas momentáneamente otras funciones con alta
demanda energética como la digestión o el raciocinio. De este modo el hombre
puede escapar, quedarse muy quieto a la expectativa o pelear duro por su vida.
Hoy en día existen pocas amenazas reales que justifiquen tamaña movilización de
recursos pero sin embargo el hombre sigue activando, ahora mas que nunca y de
manera compulsiva y extenuante, todos estos efectivos de emergencia.
Ahora no es un la presencia de un tigre dispuesto a
devorarnos lo que los provoca sino la figura de nuestro jefe. No hay tribus
enemigas dispuestas a aniquilarnos para confiscar nuestra cueva pero si
contrincantes obstinados dispuestos a cualquier cosa por ocupar nuestro puesto
de trabajo u obtener una promoción. Los mecanismos de emergencia del cuerpo
fueron ideados evolutivamente para hacer frente a los retos de supervivencia
del ser humano. Hoy en día la supervivencia está asegurada pero a pesar de ello
son otros los estímulos los que ahora activan esos mismos mecanismos
ancestrales. Es lo que se conoce comúnmente como estrés.
El ser humano necesita un pequeño nivel de activación para
funcionar de manera óptima, al igual que un motor de coche rinde más cuando ha
adquirido algo de temperatura. Sin embargo, un nivel demasiado elevado de
activación consume al individuo, lo despoja de toda su fuerza vital e incluso
puede acabar con su vida si la exposición es intensa y continuada. He aquí la
implicación de la mente en este proceso. De modo que tomarnos las cosas
demasiado a pecho resulta tan pernicioso como minimizar lo que nos ocurre.
Demasiado a menudo intentamos modular la intensidad de nuestras vivencias
maquillándolas para adaptarlas a nuestro humor en ese momento. Pero la realidad
no entiende de sucedáneos ni de trucos de chistera así que lo que realmente hacemos es auto engañarnos, nuestra
mente nos aísla del sufrimiento quitando hierro al asunto o salpimentado lo que
nos ocurre. Llega un momento en que ese afán por no sufrir nos puede llevar a
convertirnos en personas apáticas, ajenas a lo que sentimos y lo que las
diferentes situaciones evocan en nosotros realmente. Hacer de un ratón un elefante
es tan pernicioso como hacer de un elefante un ratón. Con frecuencia perdemos
la justa medida de evaluar lo que nos ocurre y fruto de ello el cuerpo
reacciona, el cuerpo siempre e inexorablemente reacciona a los contenidos
particulares de nuestra mente. Minimizarlo todo puede agudizar nuestra
sensibilidad y por tanto hacernos más vulnerables. Maximizarlo todo puede
mermar nuestra sensibilidad para darnos cuenta de lo que nos hace daño de
verdad. El cuerpo responde acorde a esas estrategias de nuestra mente: nos
consumimos en un si vivir o nos marchitamos en la indiferencia.
Geen opmerkingen:
Een reactie posten
¿Qué piensas de esto?